Las recientes inundaciones han puesto de manifiesto que
vivir junto a un río puede ser romántico pero que no siempre es fácil,
sobre todo si se desborda. El triángulo Hernani-Astigarraga-San
Sebastián es uno de los más castigados en Gipuzkoa. Según datos de la
Confederación Hidrográfica del Cantábrico y la Agencia Vasca del Agua
(URA) solo en esta zona se han registrado desde 1684 un total de 25
grandes inundaciones, la última de ellas hace poco más de un mes. La
crecida del río Urumea, ocasionada por las lluvias, devoró centenares de
garajes, viviendas y negocios, pero también se llevó por delante
ilusiones y proyectos vitales.
Sustitución de puentes, actuaciones sobre meandros,
encauzamientos, expropiaciones de pabellones... Las posibles actuaciones
para conseguir que el río respire y fluya libremente con los menores
obstáculos posibles en caso de crecidas extraordinarias se suceden. Los
grupos políticos en el Ayuntamiento de San Sebastián apremian al
gobierno municipal a que tome medidas. Las conversaciones de los vecinos
de Txomin Enea y Martutene están salpicadas de continuas referencias a
los seguros y los peritos, al río y su siempre postergado encauzamiento y
a los destrozos todavía visibles en sus casas y negocios semanas
después de la última crecida. Todos ellos se sienten perdidos en una
maraña de impresos y seguros. Y el río sigue ahí, aparentemente dormido
pero siempre amenazante. Y es aquí donde las instituciones se la juegan,
sobre todo si en un futuro hipotético, en unas supuestas nuevas
inundaciones, alguno de sus representantes se ve obligado a regresar
para repartir promesas y recibir algo más que críticas.
Hasta que se concreten las actuaciones previstas, este
periódico ha recorrido el Urumea a bordo de una zodiac desde Astigarraga
hasta el puente del Urumea para detectar las puntos críticos en los que
se podría actuar «ya mismo» sin necesidad de hacer «grandes
inversiones». Zonas en las que hay árboles hundidos, grandes extensiones
de fango e incluso motocicletas en el fondo que actúan de freno.
El Ayuntamiento colabora
Navegamos el río acompañados de un miembro del club de
remo de Donosti Arraun y de un vecino del barrio de Zikuñaga de Hernani.
Y la conclusión, a vuela pluma, es que el Urumea está abandonado y que
necesita a alguien que lo cuide.
Los remeros sí lo miman. No hay entrenamiento que no
retiren del agua las ramas y troncos que se encuentran en su recorrido, a
sabiendas de que si no lo hacen la embarcación que venga detrás puede
chocar contra ellas con el consiguiente peligro. Desde la última riada,
solo los remeros y voluntarios de Urkirolak han llenado «seis camiones
grandes» de FCC que el consistorio donostiarra ha puesto a su
disposición. «El Ayuntamiento está colaborando con nosotros. Su
disposición es buena», subraya el presidente de Urkirolak, Ricardo
Unzueta. Bicicletas, frigoríficos, carros de la compra... han sacado de
todo.
Pero es que hay otros muchos obstáculos que bien no se
ven porque están escondidos en el fango o porque no pueden ser retirados
con los medios de que disponen los clubes de remo de Urkirolak y
Donosti Arraun. Y es aquí donde reclaman el respaldo económico de las
instituciones para poder contar con «maquinaría y medios humanos» que
permitan extraer del cauce del río los elementos voluminosos que los
remeros tienen perfectamente localizados. El gobierno de Bildu en San
Sebastián ha dado su palabra a los clubes de remo de que les
suministrarán herramientas para que puedan seguir haciendo este trabajo
impagable. No sería la primera vez que un deportista se precipita al
agua tras chocar su remo con un tronco.
En nuestro recorrido a ras del agua y en marea baja, nos
topamos con restos de bolsas colgadas de las ramas de los árboles, cubos
de basura que bailan al ritmo que les marcan las mareas, zonas en las
que la zodiac prácticamente llega a encallar en el fondo del río y con
viviendas por cuyos pilares se escabullen los corcones. Hasta aquí nada
que no pueda encontrarse en otros ríos. En el Urumea, en cambio,
contamos hasta 19 cubiertas de coche hundidas en la zona próxima al
polígono 27 de Martutene, dos motocicletas Mobilette y dos areneras,
aquellas gabarras, negras y planas, que navegaban medio hundidas por la
carga cuando ascendían lentamente aguas arriba, impulsadas a golpes de
pértiga por los gabarreros. Esa arena servía para hacer mortero en los
caseríos, con cal y arena mezclados, también para huertas, para revolver
con la tierra y engrosarla, para la construcción, para camas del
ganado... y sobre todo permitía que el fondo del río no acumulara
sedimentos y por ende el agua circulaba sin problemas. Este vecino de
Hernani con el que recorremos el río propone recuperar las areneras y
exponerlas al público en un museo «como parte de nuestra historia». Las
areneras hundidas tienen hasta el motor Perkins con el que se
propulsaban.
Más allá de los elementos flotantes y no flotantes,
sorprende que las salidas de tuberías pluviales están taponadas por
sedimentos cuando deberían quedar despejadas para desaguar lo que llega
de los colectores de nuestras calles. Nadie parece haberse preocupado de
limpiar estas salidas.
El tapón de Loiola
Desde el agua vemos la trasera de la cárcel de Martutene,
las casas de Txomin Enea, con sus embarcaderos, y alcanzamos la zona
que según los responsables de los clubes, ha causado las últimas
inundaciones. Es el tramo que queda entre el puente del cuartel de
Loiola y el de Egia. Entre medias, el nuevo puente del Topo. Dos de sus
ojos están prácticamente cegados por la grava que se ha vertido al río
para que puedan entrar los camiones y excavadoras. La consecuencia,
siempre a juicio de Unzueta, es que la lámina de agua media en esta zona
ha crecido «1,5 metros» en los últimos tiempos por los sedimentos que
se han acumulado en el fondo. Los botes de los remeros pueden pasar a
duras penas por esta zona en marea baja, en la que no hay más de «30-40
centímetros de calado» y lo que es peor, las crecidas repentinas por las
lluvias provocan que los bajos de Txomin Enea queden abnegados por el
agua. «Se ha formado un cuello de botella en Loiola que tiene fácil
solución sin grandes inversiones: retirar la grava y los obstáculos que
frenan el curso del agua», subraya Unzueta.
Por de pronto, esta semana la constructora que hizo el
nuevo puente de Hierro -ahora denominado de la Real Sociedad- ha
empezado a retirar las piedras que vertió al río en el momento de la
construcción del mismo y que también habían formado un nuevo cuello de
botella en esta zona, como comprobamos a nuestro paso con la zodiac. «La
medida permitirá recuperar la navegabilidad del río», asegura Unzueta.
Nos cruzamos con remeros que entrenan y también con un precioso cisne
blanco cerca de Cristina Enea.
Alcanzamos el puente de María Cristina. El fondo está
limpio. La arena que han perdido las playas en los últimos años,
especialmente la de La Zurriola, se ha quedado en esta zona. Es difícil
adoptar una postura en torno a si es necesario dragar o no el tramo que
va desde Riberas de Loiola hasta el Kursaal. Estudios, en los que
participaron el Gobierno Vasco, la Diputación de Gipuzkoa, la
Confederación Hidrográfica y la Dirección de Costas, llegan a la
conclusión de que el coste ecológico e hídrico que supondría rebajar
metro y medio el fondo del río, sacando más de 200.000 metros cúbicos de
lodos y arenas, sería irreparable. Estos estudios añaden que por mucho
fango que se retire, el flujo de las mareas no tardaría en devolver al
río su antiguo perfil y ocupar todos los huecos. El dragado, por tanto,
tiene un efecto insignificante como mecanismo para aumentar el volumen
de desagüe y desde el punto de vista ambiental su impacto es muy severo y
trae consigo la desaparición de numerosas formas de vida en todo el
cauce.
Lo cierto es que la visión del Urumea en su desembocadura
es sorprendente: grandes extensiones de arena en los márgenes de los
muros y en el centro del río, y fangos en la zona del meandro, a la
altura de la Universidad de Deusto, y en la zona de Riberas de Loiola.
No encontramos troncos y elementos voluminosos. Los voluntarios de
Donosti Arraun, Urkirolak y otros vecinos se han encargado de que no
lleguen hasta aquí. «Claro que no siempre podrá ser así», aseguran.
7 kilómetros tiene el Urumea en el municipio de San
Sebastián. La calidad de las aguas es buena en general. Hay
contaminación ligera de bacterias fecales en la desembocadura. Los
sedimentos interiores (fangos) presentan una contaminación moderada por
metales.
Carecterísticas
Cuenca del Urumea: Abarca 266,2 km2 y mide 55,3 km.
Pendiente: De 3% (fuerte)
Caudal medio: Es de 11,1 m3 por segundo.
Aporte anual de sedimentos: Es de 7.775 Tn, es decir, 3.500 m3 al año.
Álvaro Vicente, DV 18-12-2011
Video: http://www.diariovasco.com/v/20111218/san-sebastian/urumea-agua-20111218.html
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