Los barrios donostiarras han cambiado una barbaridad.
Basta con fijarse en la fotografía superior del de Loiola. DV dedicó a
los barrios una serie de reportajes con espíritu crítico, que firmó
Torres Murillo hace cincuenta años. Si quieren, hacemos un viaje en el
tiempo viajando al Loiola de 1961 según lo entonces publicado.
«El guardia iba delante de mí por el único paso sin barro
de la calle. (...) Barrio de Loyola, siete de la tarde. La calle estaba
a oscuras, iluminada únicamente por las luces de las tiendas abiertas:
el bar, la carbonería. La calle esa no tenía nombre. Resulta que en el
barrio de Loyola, que es San Sebastián, las calles no tienen nombre y
las casas no tienen número: se va al buen tun tun. Un grupo de chavales
pasa corriendo y salpicando».
¿Barro, calles sin nombre? Pues sí, como corroboraba el
anónimo guardia municipal: «Para los que no conocen el barrio esto es
como ir a París; no se dice calle de tal y número tantos, sino casa
Atorrasagasti, casa cual, el nombre de los contratistas que las han ido
haciendo o de los propietarios. Si uno no conoce el barrio está
perdido».
6.000 donostiarras vivían en 1961 en un barrio al margen.
«Loyola está a unos dos kilómetros del casco. A treinta pesetas de taxi
desde la Parte Vieja, a una y pico de autobús. Cuando por la noche
alguien se pone enfermo, hay que llamar al médico por teléfono y
esperarle debajo del puente del 'Topo' o cerca de los cuarteles o en el
fielato, de lo contrario es casi seguro que no sabe encontrar la casa»,
escribía Torres Murillo. La falta de servicios médicos, junto a la
ausencia de un teléfono público, eran las principales quejas vecinales.
El reportaje de hace cinco décadas tiene otros muchos
pasajes interesantes: «El municipal me lleva por las cortas calles,
anchas y a oscuras, con ropa en las ventanas, hasta salir a la
carretera. La carretera está muy bien iluminada. Los vecinos están
contentos de tanta luz. Digo los vecinos del 'casco' de Loyola. En las
'casas del Padre Abárzuza' tampoco hay luz. Allí no hay muchas cosas:
los técnicos que las construyeron, por querer hacerlas baratas (costó
37.000 pesetas cada piso) las hicieron sin tener en cuenta los más
elementales servicios urbanísticos y de higiene; en cuanto el río sube,
se inundan. Aquello es una solución transitoria. Y allí siguen».
«El Urumea es un mal río. Además de oler, con el viento
sur y las atardecidas se mete por las alcantarillas asomándose por los
agujeros. Ese es el grave problema 'técnico' que no permite hacer más
casas. El nivel de la tierra es bajo y en los días de riada o en la
marea alta el nivel del río sube y el Urumea mete la mano por los
desagües. En Loyola hay casas con pozos sépticos y otras con mala
alcantarilla; dos feas soluciones. Habría que plantear en serio toda una
red de alcantarillado».
Y un vecino opinaba: «Hasta ahora el Ayuntamiento decía
que como las calles eran particulares no podía poner nombres ni números;
eso no quitaba nada en el momento de pagar contribuciones. Pero se han
unido los vecinos y han cedido los viales. Esperamos que ahora pondrán
nombres, aunque sea de flores o de pájaros».
Diario Vasco - Mikel G. Gurpegui 10-12-2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario